Es mover la cabeza y sentir que uno está girando o que todo está dando vueltas. Es perder el equilibrio, sentir náuseas, tener vómitos y mareos. Esto le pasa a Elvira Ferreyra cada vez que se le manifiesta la enfermedad de Ménière.
“Salir de estas crisis es agotador. Los primeros episodios se iban rápido, pero ahora tardo en recuperarme entre seis y siete horas. Empiezo a tambalearme y si estoy en la calle, las personas pueden creer que estoy alcoholizada”, describe Elvira, que se frustra cada vez que esta enfermedad no la deja disfrutar de su familia cómo a ella le gustaría.
La primera vez, la crisis sucedió en compañía de Julieta, su nieta, en un a paseo por el shopping. La atendieron rápido y le sugirieron que revise sus cervicales. Con el tiempo, el diagnóstico fue más preciso: tenía Ménière.
Este síndrome, que debe su nombre al médico francés Prosper Ménière que descubrió en 1861 por primera vez sus síntomas, tiene mayor incidencia entre los cuarenta y sesenta años.
“Salir de estas crisis es agotador. Los primeros episodios se iban rápido, pero ahora tardo en recuperarme entre seis y siete horas. Empiezo a tambalearme y si estoy en la calle, las personas pueden creer que estoy alcoholizada”, describe Elvira, que se frustra cada vez que esta enfermedad no la deja disfrutar de su familia cómo a ella le gustaría.
La primera vez, la crisis sucedió en compañía de Julieta, su nieta, en un a paseo por el shopping. La atendieron rápido y le sugirieron que revise sus cervicales. Con el tiempo, el diagnóstico fue más preciso: tenía Ménière.
Este síndrome, que debe su nombre al médico francés Prosper Ménière que descubrió en 1861 por primera vez sus síntomas, tiene mayor incidencia entre los cuarenta y sesenta años.
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